AL VUELO/ Elotes

Por Pegaso

Volando sobre la concurrida plaza Miguel Hidalgo, allí, cerca de la esquina donde se encuentra mi elotero de cabecera, llegó hasta mí el grato olor de los granos tostados a las brasas, de los elotes cocidos o los que se preparan desgranados, en vaso de unicel con chilito rojo, mayonesa, mantequilla y queso rayado.

Veinte devaluados pesos cuesta disfrutar de esta delicia.

No sé cuántos elotes le caben a la tina donde los cuecen, pero me imagino que son más de cien.

Lo que significa que diariamente obtienen 2 mil pesos.

Quítele el costo del producto y el derecho de 50 pesos que le cobran los piseros del Municipio y tenemos todavía un ingreso muy respetable, de entre 1,200 y 1,500 pesos diarios, muy por arriba de los 185 diarios del salario mínimo y de los 300 que gana un trabajador de maquila promedio.

¿Es negocio o no es negocio ser elotero?

Sin pagar impuestos como el IVA o el ISR, cuotas obrero patronales al IMSS y al INFONAVIT, sin tener recibos de electricidad, agua o teléfono, sin otorgar prestaciones a los trabajadores que puedan tener, la venta de elotes, a mi parecer, es un negocio más que redondo.

Suponga que pagan impuestos.

Aún así obtendrían arriba de mil pesos libres de polvo y paja todos los días, cantidad más que suficiente para echarse sus caguamas en la noche y llevarle su orden de flautas a la vieja fodonga.

Y vámonos con los taqueros.

En el DF, hace poco, vi un programa donde don Pepe (nombre ficticio) se levanta con su esposa a las 5 de la mañana para hacer mil taquitos de canasta.

A las 9:00 de la mañana se coloca en una concurrida esquina allá, cerca de Bucareli, donde ya lo esperan cientos de hambrientos comensales, que agotan la mercancía en menos de dos horas.

Vende cada taco a 6 pesos, así que gana diariamente 6 mil morlacos. Quitando la inversión, obtiene arriba de 5,500 pesos diarios por un jornal de 6 horas. A la semana obtiene más de 40 mil pesos, y al mes, 160 mil, más de lo que gana el Presidente de la República.

En mi colonia hay un vecino que ha logrado, vendiendo solamente tacos de trompo y papas asadas, edificar una bonita casa y comprar dos vehículos de modelo reciente.

Por el contrario, los causantes cautivos pagamos más de la mitad de lo que ganamos de puros impuestos.

Si no nos ponemos vivillos y no presentamos las notas para deducir, ya sea que las compremos por fuerita o que las obtengamos con nuestras propias compras, pagaremos cantidades abultadas a Lolita.

Díganmelo a mí, Pegaso, que el último pago de impuestos me vino por 23 mil pesos para el bimestre julio-agosto del 2019.

Entonces, sí da coraje que haya gente que ni siquiera se quemaron las pestañas para estudiar y están ganando un titipuchal de lana sin pagar un solo peso de impuestos.

Por desgracia, nosotros mismos cohijamos la informalidad. Si no nos ganara la hueva para hacer comida en la casa, no tendríamos que ir a la esquina a comprar los suculentos tacos de aserrín, los de trompo, de bistek, gringas, sincronizadas o papas asadas para saciar la canija hambre.

Somos muy dados a darnos un gustito consumiendo un rico elote o comprar fayuca en algún tianguis.

Claro, por supuesto, si se concreta la incorporación del comercio informal al padrón de contribuyentes, se debe pensar que no todos tienen tan fabulosas ganancias, por ejemplo, los paleteritos, que ganan apenas unos cuantos pesos por cada paleta que venden, o los pregoneros que van casa por casa ofreciendo sus productos, quienes apenas sacan para mal comer.

Sé, por cierto, que está avanzada la iniciativa para que paguen también impuestos las féminas que se dedican a vender productos por catálogo.

Un buen número de ellas, que se resisten a tributar, gozan de magníficas prestaciones, por ejemplo, se pueden ganar carros del año por altas ventas o viajes a Europa, Asia o Sudamérica.

Y eso, sin pagar un solo cinco a Hacienda.

Entonces, tendría que elaborarse una ley que garantice la mayor equidad posible en el pago de contribuciones.

Dicen, y dicen bien que lo único que no podemos evadir es la muerte y los impuestos.

A excepción, claro está, de los comerciantes ambulantes.

Termino mi colaboración de hoy con el refrán estilo Pegaso: “Procedamos a menguar…” (Vámonos haciendo menos…)

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